De origen español, el pequeño e idílico pueblo de Luarca (Asturias) fue el que vio nacer al que sería una de las figuras más influyentes y decisivas en la historia de la bioquímica: Severo Ochoa de Albornoz. Nació el 24 de septiembre de 1905 y falleció el 1 de noviembre de 1993, no sin antes haber recorrido un camino crucial y clave para la biología molecular moderna.
Ochoa inicia sus estudios en Málaga, ciudad a la que se traslada con su familia en 1912. Su interés por la biología se debe en gran parte a la lectura de las publicaciones del gran neurólogo español Santiago Ramón y Cajal. En Madrid cursa estudios de Medicina y se licencia en 1929 por la Universidad Complutense de Madrid, doctorándose poco después, aunque nunca llega a ejercer como médico. Durante su estancia en Madrid se alojó en la Residencia de Estudiantes en1927, y convive con grandes intelectuales y artistas de la época, como Federico García Lorca y Salvador Dalí, entre otros.
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Gracias a su publicación acerca de la creatinina (un compuesto orgánico generado a partir de la degradación de la creatina que desecha el metabolismo), en 1929 fue merecedor de una invitación para unirse al equipo investigador del laboratorio del fisiólogo alemán Otto Meyerhof en el Instituto de Biología Kaiser Wilhelm, que en la actualidad es el mundialmente conocido Instituto Max Planck, con sede en Berlín.
En 1930, Severo Ochoa regresó a Madrid para finalizar su tesis doctoral. Un año después, en 1931, se casó con Carmen García Cobián y fue nombrado profesor ayudante del médico y político español Juan Negrín, quien acabaría siendo su principal apoyo ante la Junta de Ampliación de Estudios para completar su formación posdoctoral. En el transcurso de sus investigaciones, Severo Ochoa realizó una estancia en el London National Institute for Medical Research, donde trabajó con el fisiólogo inglés sir Henry Dale en el estudio de la vitamina B1, y en 1932 llevó a cabo sus primeros estudios de importancia sobre enzimología (una disciplina bioquímica que se centra en el estudio y caracterización de las enzimas) en el Instituto Nacional para la Investigación Médica de Londres. Asimismo, en 1935 fue invitado por el profesor Carlos Jiménez Díaz para asumir la dirección del departamento de Fisiología del Instituto de Investigaciones Médicas de la Ciudad Universitaria de Madrid.
Con el estallido de la Guerra Civil española en 1936, Severo Ochoa y su esposa tuvieron que marchar a un lugar más propicio para sus trabajos de investigación. Alemania sería el primer destino escogido por el matrimonio. Allí, Ochoa fue nombrado asistente de investigación invitado en el Laboratorio de Meyerhof de Heidelberg, donde estudió las enzimas de ciertos pasos de la glucólisis (ruta metabólica mediante la cual las células oxidan la glucosa para obtener energía) y de las fermentaciones. Pero su estancia en el país germano duraría poco. Cuando los nazis llegaron al poder, el científico decidió marcharse. En 1937, los Ochoa se trasladaron a Plymouth (Inglaterra) donde, en el Laboratorio de Rudolph Peters de la Universidad de Oxford, el científico se dedicó al estudio de la función biológica de la tiamina (vitamina B1) y de otros aspectos enzimáticos del metabolismo oxidativo.
Por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Severo Ochoa y su esposa se vieron obligados a cruzar el Atlántico y emigrar a Estados Unidos. Ochoa trabajó primero en el Departamento de Farmacología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington y después, en la Universidad de Nueva York, donde permanecería gran parte de su vida y tendrían lugar la mayor parte de sus descubrimientos científicos. Animado por su esposa, Ochoa empezó a investigar por su cuenta mientras llevaba a cabo su labor como investigador asociado en la Facultad de Medicina. En aquel momento empezó a barajar la posibilidad de solicitar la nacionalidad norteamericana, convencido de los beneficios laborales que podría reportarle aquella decisión. Finalmente, en 1956, al matrimonio le fue concedida la ciudadanía estadounidense, aunque Severo siempre se cuidó de afirmar que se consideraba «un exiliado científico, no político».
En 1955, Severo Ochoa descubrió y aisló una enzima de una célula bacteriana de Escherichia coli a la que él llamó polinucleótido-fosforilasa, y que más tarde sería conocida como ARN-polimerasa (un conjunto de enzimas implicadas en la síntesis del ARN mensajero o transcripción del ADN). Un año más tarde, el bioquímico norteamericano y discípulo de Severo Ochoa, Arthur Kornberg, demostró que la síntesis de ADN también requiere de otra enzima polimerasa que es específica para esta cadena. Gracias a todos estos hallazgos, ambos científicos recibieron y compartieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 1959.
En 1971 fue nombrado director del Laboratorio de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid. En la década de 1980, el laureado científico regresó a España para dirigir un grupo de investigación en biosíntesis de proteínas en el Instituto de Biología Molecular de Madrid, mientras, al mismo tiempo, lideraba otro equipo en el Roche Institute of Molecular Biology de Nueva Jersey (Estados Unidos).
Al final de su vida, en junio de 1993, Severo Ochoa presentó en Madrid su biografía titulada La emoción de descubrir, escrita por el periodista Mariano Gómez-Santos, y poco tiempo después, en el mes de noviembre de aquel mismo año, uno de los más importantes científicos españoles de todos los tiempos moría en Madrid como consecuencia de una neumonía, a la edad de 88 años.
Gracias a su gran contribución, reconocida merecidamente, hoy podemos comprender mejor la biología molecular y aplicarla al tratamiento de enfermedades. Sin duda, una gran suerte para España y el mundo científico haber contado con su figura, su talento y su afán investigador.
Fuentes:
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