La historia está salpicada de historias, leyendas y cuentos. Y como en todos ellos, cualquier biografía de un personaje de relevancia internacional, como el que nos ocupa hoy, se llena de anécdotas, alegrías y tristezas y traiciones. Reconociendo a todos sus valiosas aportaciones, la vida de Maurice Wilkins está marcada por el destino: el que le llevó a trabajar junto a Rosalind Franklin, de la que hablaremos en otro artículo, y le dio la clave para sus descubrimientos, tan importantes para la historia de la ciencia.
Maurice Wilkins nace en 1916 en Nueva Zelanda, en el seno de una familia angloirlandesa progresista y unitaria. Regresan a Inglaterra cuando solo tenía seis años.
Desde muy pequeño comienza a mostrar interés por la ciencia, los microscopios y telescopios, y una curiosa habilidad para construir herramientas e instrumentos. Posteriormente, se gradúa en Física en la universidad de Cambridge y hace su doctorado en Birmingham, tutorizado de cerca por John Randall, con quien establece una fuerte relación laboral.
La II Guerra Mundial interrumpe bruscamente las investigaciones de Wilkins, dado que encargan a su departamento el perfeccionamiento de la fabricación de radares. Mientras que Randall y su compañero Harry Boot desarrollaban el magnetrón, dispositivo que transforma la energía eléctrica en energía electromagnética en forma de microondas, Maurice Wilkins fue enviado a un laboratorio de California para trabajar en la separación de isótopos mediante el espectrógrafo de masas, fraccionando uranio: de esta manera pasó a trabajar en la bomba atómica.
Una vez rematada la guerra, Wilkins se dedica a la docencia e investigación en diferentes universidades del Reino Unido. Es concretamente en el departamento de investigación médica del Kings College, y bajo la dirección de John Randall, que comienza a investigar en biofísica y material genético. A través de microscopios ultravioletas comienza sus estudios con la difracción de rayos X y diseña cámaras y dispositivos que permiten diferenciar las fibras de ADN.
En 1950 consigue finalmente obtener las primeras fotografías nítidas en las que se apreciaba la estructura A del ADN (un tipo estructural de ADN que aparece en condiciones creadas artificialmente), y con la llegada de Rosalind Franklin en 1951 al departamento, Randall le asigna el estudio sobre la estructura del ADN, ya que ya había hecho sus respectivos progresos e investigaciones sobre el tema y dominaba la técnica de rayos X. Esto hace que Wilkins se sienta desplazado y deje de avanzar en lo que podría haber sido un estudio paralelo o colaborativo con Franklin sobre la estructura del ADN.
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Cuando Watson y Crick se reúnen con el departamento para hablar de sus avances, Wilkins muestra los resultados de Franklin sin el conocimiento de Rosalind: descubrimientos e imágenes de la difracción del ADN-B (forma predominante del ADN en las células) que Watson y Crick encuentran especialmente interesantes, y a partir de éstos proponen su modelo estructural del ADN, sin llegar a hacer ningún experimento personalmente. Wilkins, Watson y Crick recibieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1962.
De la figura de Rosalind Franklin y su protagonismo clave en este descubrimiento hablaremos en un capítulo aparte, porque sin su aportación, nada de esto hubiera sido posible.
Maurice Wilkins publica su autobiografía en 2003 titulada “El Tercer Hombre de la Doble Hélice”. En él hablaría de todo el proceso del descubrimiento de la estructura del ADN y sus posteriores hallazgos. Fallecería un año después, en 2004.